
17 May Discurso de agradecimiento por la Goethe-Medaille 2024, ceremonia en la Embajada de Alemania en México
Excelentísimo señor embajador Dr. Clemens von Goetze, estimada señora von Goetze,
Querida Pia, querida Martina,
Queridas amigas y amigos,
Agradezco al Goethe-Institut y a la embajada alemana esta recepción para celebrar también en mi país que la Medalla Goethe haya sido concedida por primera vez a una mujer mexicana.
El primer mexicano en recibirla fue, en 1995, José María Pérez Gay, insigne germanista y germanófilo, quien también era traductor, como lo han sido varios más de los laureados a lo largo de los años. Me honra y me conmueve recibir la misma distinción que recibieron antes que yo Lenka Reinerova y Yoko Tawada, escritoras a quienes he tenido el gusto de traducir al español de México.
La medalla Goethe se otorga por las contribuciones meritorias a difundir la lengua y la cultura alemanas, pero también por contribuir al fomento de la colaboración y mediación cultural internacional. Y, en esto último, las traductoras nos pintamos solas.
Aquí hago un paréntesis: hablo en femenino, porque somos muchas más mujeres que hombres quienes nos dedicamos a la traducción. Colegas hombres, siéntanse incluidos.
Decía: Las traductoras somos mediadoras interculturales: vivimos a caballo entre dos lenguas y sus códigos culturales. A veces, incluso más de dos.
Traducimos no sólo textos sino contextos, sean cotidianos, poéticos, históricos, psicológicos, etc., además de literarios. Distinguimos y disfrutamos la lengua en todos sus matices, en todas sus texturas y consistencias.
Hacemos descubrimientos felices y sorprendentes en el curso de nuestro trabajo, y a veces damos con invenciones fabulosas que nos permiten expresar de manera fresca en nuestra lengua lo que se dice en la otra.
Es decir: las traductoras hacemos algo que la Inteligencia Artificial no es capaz de hacer, y ojalá que nunca lo sea.
Es verdad que lo hacemos a partir de un texto que ya existe: el texto primigenio, que no original, porque la traducción si bien es un texto derivado, también es original; pero más allá de que contamos con esa primera base, por llamarla de alguna manera, la escritura de una traducción requiere de tanta originalidad, creatividad y pericia como ese primer texto.
Por eso la Ley Federal del Derecho de Autor mexicana nos reconoce como autoras. Igual que la escritura primigenia, traducir requiere de un trabajo de investigación largo y arduo del que pocas veces se habla y que no se remunera de manera independiente o adicional.
Lo mismo que las escritoras, las traductoras nos sumergimos en los mundos narrados, vivimos atentas para captar todo aquello que podría servirle al texto. Al hacerlo, se cuela hasta en nuestros sueños. Los personajes de los libros en los que estamos trabajando nos acompañan todo el día. A veces pareciera que nos murmuran al oído o que nos señalan en algún letrero la palabra justa que llevábamos horas o días buscando. Traducir es un trabajo intrincado, y una obra de amor que demanda tiempo y dedicación.
Llevo casi tres décadas traduciendo porque quiero hacer accesible en mi lengua algo que me parece indispensable compartir, por la razón que sea. Traduzco porque quiero acercar esos dos mundos, esas dos realidades en las que vivo al mismo tiempo: México y Alemania. Por disímbolos que parezcan, esos mundos se complementan y, bien por nacimiento o por adopción, me pertenecen en igual medida, con todas sus contradicciones. Y de esas hay muchas.
Que yo esté aquí es una paradoja. Mis tíos abuelos fueron prisioneros de los nazis en un hotel a orillas del Rin, en Bad Godesberg, cerca de Bonn, junto con todo el cuerpo diplomático mexicano que acompañó al cónsul Gilberto Bosques en Francia a principios de la década de 1940. Gilberto Bosques no sólo salvó a miles de republicanos españoles, sino también a muchos intelectuales comunistas judíos alemanes, entre ellos a Anna Seghers, a la ya mencionada Lenka Reinerova, a Alice Rühle-Gerstel, a Steffie Spira. Todas ellas, mujeres que ya traduje o que quiero traducir.
Ya en México, sanos y salvos, mis tíos abuelos vivieron otra paradoja. Él, Fernando Luna, mexicano, volvió a casa. Ella, Eva Elek, austrohúngara y judía, llegó al exilio. Y años más tarde, decidieron inscribir a su hija en el Colegio Alemán Alexander von Humboldt, porque mi tío dijo “los nazis no son los alemanes”.
Hoy, ante el raudo y agresivo avance de la derecha fascista en Alemania, hay que hacer valer esto más que nunca.
Una generación después, yo también fui al Colegio Alemán, que fue mi cuna intelectual; y ese origen se hizo destino, cuando después trabajé en el Goethe-Institut Mexiko, que desde entonces es mi casa. Gracias a ambas instituciones alemanas me convertí en el híbrido bicultural que soy ahora.
Pienso que, al mediar entre los mundos alemán y mexicano, hago un poco de justicia a mi tía Eva y a otras tantas mujeres germanohablantes que al iniciar su exilio en México no hablaban español. Al traducir a esas autoras al español de México, hoy tienen una voz póstuma y la visibilidad que hace 80 años no tuvieron. Y es que las traductoras tenemos experiencia en eso de ser invisibilizadas y de luchar por hacer valer nuestros derechos.
Por eso, le agradezco a mi casa editorial La Cifra, dirigida por Genoveva Muñoz y Carlos González, quienes acogieron mi proyecto de traducción de las obras del exilio mexicano de Anna Seghers, junto con Elefanta Editorial, dirigida por Emiliano Becerril. Me han dado la visibilidad y el crédito que toda traductora desearía. Igualmente, gracias a Netty Radvanyi, bisnieta de Anna Seghers, porque nos hemos acompañado y apoyado en este proyecto cultural conjunto.
Les agradezco también a las otras editoriales con las que he trabajado a lo largo de mi trayectoria, en estricto orden cronológico: el Fondo de Cultura Económica y Siglo XXI, para las que traduje mis primeros libros, de sociología e historia del cine, respectivamente. A Herder, editorial con la que me une una larga relación laboral y también de amistad, donde hice mis pininos de traducción literaria, con Animal triste, de Monika Maron. Después vendrían Sexto Piso, Almadía y Gris Tormenta. También la Dirección General de Publicaciones de la UNAM. En traducción teatral, El Milagro, Paso de Gato y Libros de Godot. Disculpen si se me quedó alguna en el tintero.
No quiero dejar de mencionar al INBAL y al Sistema de Apoyos a la Creación y Proyectos Culturales (SACPC), por sus programas destinados a la traducción literaria: el Premio Bellas Artes de Traducción Margarita Michelena, el PROTRAD, el Sistema Nacional de Creadores de Arte y la residencia en la Casa de Traductores Looren. Ojalá que el SACPC siga trabajando por mejorar y hacer más justa y transparente la adjudicación de sus apoyos.
Les quiero agradecer también a mi mamá, Mireya Luna, aquí presente, y a mi papá, José Luis Cabrera, aunque ya no esté en este mundo, por todo lo que me dieron e hicieron por mí. Sin ellos yo no existiría.
Les agradezco a mis mamás adoptivas, Gisela Lang y Edda Webels, por haber ampliado mis horizontes.
A mi tía Lucía, la hija de Eva y Fernando, ejemplo durante mi juventud, quien me enseñó a navegar las aguas, no siempre apacibles, del Colegio Alemán.
Gracias también a mi esposo y compañero de vida, Gerold Schmidt, por su apoyo incondicional e inquebrantable tanto en la vida cotidiana como en la profesional. Danke, mein Liebster.
Yo no sería traductora sin Horst Deinwallner, quien dirigió el Goethe-Institut Mexiko a principios de los años 90 y descubrió mi capacidad para traducir e interpretar. En ausencia, gracias, Horst.
Nicht zuletzt y sobre todo, le agradezco al Goethe-Institut que me haya considerado una traductora literaria digna de recibir la Medalla Goethe.
Como lo expresé ya en Alemania en las actividades alrededor de la entrega de la Medalla, en agosto pasado: con esta distinción apoyan una causa; visibilizan una profesión imprescindible pero precarizada, contribuyen a que se nos reconozca como autoras y autores, y reivindican que se cumplan los derechos correspondientes.
De corazón, les dedico esta medalla a todas y todos mis colegas, muchas, muchos de quienes se han convertido en muy queridas amigas y amigos que hoy me acompañan aquí: a ustedes, colegas, a Ametli, la Asociación Mexicana de Traductores Literarios, y al Círculo de Traductores: ¡larga y digna vida a la traducción literaria!
Muchas gracias.