Las obras del exilio mexicano de Anna Seghers

Se calcula que entre 1500 y 2000 autores de habla alemana se vieron forzados a marchar al exilio durante la dictadura nacionalsocialista en Alemania, que se inició oficialmente en 1933, cuando Hitler fue nombrado canciller del Reich. Se marcharon lo mismo a países europeos –como Suiza, Suecia, Países Bajos, Francia, Inglaterra–, que a países americanos – México, Estados Unidos, Brasil, Argentina, República Dominicana– o a China y Palestina. Entre esos exiliados se contaban también muchas mujeres escritoras; desgraciadamente, en México no se conoce casi a ninguna. Algunas de estas exiliadas, como Anna Seghers, Lenka Reinerova, Steffie Spira, Alice Rühle-Gerstel y Brigitte Alexander, llegaron a nuestro país gracias al apoyo otorgado por el gobierno mexicano a través del cónsul en Marsella, Gilberto Bosques.

Anna Seghers es, quizá, la autora más importante de entre todos los exiliados germanoparlantes que arribaron a México, y la que gozó de mayor reconocimiento al regresar a Alemania, en su caso, a la República Democrática Alemana, donde fue una alta funcionaria cultural y siguió escribiendo y publicando hasta su muerte.

Por desgracia, sus obras son inencontrables en este país. Ni siquiera se pueden comprar en línea, difícilmente en librerías de viejo, están agotadas pese a que editoriales españolas publicaron traducciones nuevas hace poco más o menos diez años.

Por eso, la presente serie de libros, cuyo primer volumen es Tránsito, tiene por objetivo darle voz a Seghers, en concreto, a las obras que escribió durante su exilio mexicano.

Tránsito es una novela sobre la experiencia desesperada de conseguir una visa para salir de Marsella y escapar de los nazis, a la vez que un homenaje literario a Gilberto Bosques.

La traducción de este libro se presentó, en un primer momento, como engañosamente fácil. Su estructura gramatical aparenta ser sencilla, pero como Anna Seghers elige de manera muy cuidadosa cada una de sus palabras y el ritmo de su prosa, hay que estar muy atenta para hacer lo mismo en español y reproducir la compleja sencillez de sus oraciones, así como su atmósfera sombría y fantasmal.

Por otro lado, el tema tratado en Tránsito es de una actualidad dolorosa. La necesidad de exiliarse, de buscar refugio en otro país para escapar al terror de brutales regímenes totalitarios, es una amarga realidad para muchos. Ahora los caminos y los destinos son otros, pero el drama de millones de personas desplazadas sigue siendo el mismo, y es igualmente desgarrador. Antes, la gente huía de Europa cruzando el Mediterráneo, ahora miles de refugiados que han emigrado de países africanos mueren ahogados en sus aguas y Europa es el destino. Antes, no obtener en Francia una visa para algún país en América podía significar una condena de muerte, pues el peligro de caer en manos de los nazis era inminente y real. Ahora, no obtener el permiso de residencia en algún país europeo pone a los refugiados, por fuerza ilegales, en riesgo de caer en manos de traficantes de drogas y otros criminales, lo cual también puede ser sinónimo de una muerte segura o, por lo menos, de un destino precario y lleno de vicisitudes. La odisea de los miles de refugiados alemanes y españoles a través de Francia en las décadas de 1930 y 1940, para salir por vía marítima del continente europeo, podría compararse con la de los centroamericanos que hoy cruzan México para llegar a Estados Unidos y que, en su éxodo, se ahogan en los ríos o mueren de sed en los desiertos. Y, por desgracia, hoy México no cuenta con una figura luminosa como la del cónsul Gilberto Bosques, quien arriesgó cuanto le fue posible para salvar a miles de comunistas y judíos perseguidos por los regímenes fascistas.

Sin embargo, a pesar de todos los viejos horrores que describe y de los nuevos que evoca, Tránsito sigue siendo, al mismo tiempo, una hermosa pieza de literatura universal. Traducirla fue un reto igualmente hermoso, que me cimbró a muchos niveles.

A esta nueva traducción de Tránsito le seguirán las demás obras del exilio mexicano de Seghers: La séptima cruz, La excursión de las niñas muertas y sus relatos mexicanos: Crisanta, El verdadero azul y El regreso del pueblo perdido. Éstos últimos nunca han sido vertidos al español.

Se podría pensar que en el caso de los libros ya traducidos de Seghers bastaría con hacer una reedición, y no una retraducción. Sin embargo, tengo razones muy concretas para querer traducirlos de nuevo.

Me entusiasma mucho la idea de hacer la primera traducción de estas obras al español de México. Si bien las traducciones castellanas son de gran calidad, me parece congruente e importante que estos libros, escritos y, en algunos casos, publicados en México o que tratan temas mexicanos, puedan ser recuperados para los lectores de nuestro país en su propia variante lingüística.

Por otro lado, me gusta ser una mujer traduciendo a otra mujer. Lo dijo Virginia Woolf en su obra capital Una habitación propia: “Pero este poder creador [femenino] difiere mucho del poder creador del hombre.” Yo hablaría, también, de una sensibilidad diferente. Me hace feliz traducir la obra de esta escritora comunista, antifascista y activista social y política.

Además, como ya se mencionó arriba, dada la coyuntura política que estamos viviendo –millones de refugiados y un repunte de la extrema derecha en todo el mundo–, los temas del exilio y la represión son rabiosamente actuales. Por eso, estos libros cobran una nueva vigencia. A ella responden el presente esfuerzo editorial y esta traducción actualizada, estrechamente ligada a la biografía de su autora.

Por otra parte, esta serie sobre las obras del exilio mexicano de Anna Seghers también quiere conmemorar el aniversario de la publicación en México de La séptima cruz, el octagésimo, en 2022, que simboliza para nosotros el estrecho vínculo de Anna Seghers con nuestro país.

Por último, he de confesar que a este proyecto de traducción le subyace una motivación personal. En la Marsella que nos describe Anna Seghers, en el consulado de Gilberto Bosques, se encontraban también mi tío abuelo y su esposa judía. Ambos estuvieron presos cerca de dos años en Bad Godesberg, junto con todo el cuerpo diplomático mexicano, después de que México le declarara la guerra a Alemania. Presos, sí, pero vivos. Años después de que regresaran a este país, tuvieron una hija. Con una grandeza de espíritu que todavía hoy me emociona, mi tío abuelo decidió que se formara en el Colegio Alemán: los nazis no son los alemanes, sentenció. Muchos años más tarde, mis padres me enviaron también a ese mismo colegio, a seguir las huellas de mi tía. Si esto no hubiera sido así, no sería yo traductora de alemán ni estaría traduciendo las obras de Anna Seghers. Éste es mi homenaje entrañable a esa escritora brillante y a todos quienes vivieron esa época convulsa, pródiga tanto en brutalidad como en actos heroicos y solidarios, sin la cual hoy no sería quien soy.